Un angioma infantil, también denominado hemangioma, es la lesión vascular más frecuente en edades tempranas. Los angiomas son tumores benignos del sistema vascular. A pesar del calificativo de benigno, la palabra "tumor" seguramente asustará a los padres que reciban el diagnóstico. Se clasifican como tumores debido a que se produce una proliferación celular de las células endoteliales de los vasos sanguíneos, ya sean venas, capilares o arterias. Es decir, estas células del sistema vascular se multiplican de forma anormalmente rápida y el resultado son unas características manchas rojas en la piel que pueden aparecer en cualquier parte del cuerpo, aunque son más frecuentes en la cara y el cuello, seguido del tronco y las extremidades. Estas manchas evolucionan hasta derivar en bultos rojos bastante llamativos.
Más allá de la evidente consecuencia estética, ya que puede llegar a ser muy desfigurante, el angioma infantil puede causar otro tipo de problemática según su tamaño y localización. Es posible que afecten a la visión si se encuentran en torno al ojo, a la deglución si están en la boca, o que debido a su ulceración puedan producir dolor intenso, sobre todo si se dan en las mucosas o en zonas del cuerpo en las que la piel suele sufrir un roce frecuente. Pese a su condición tumoral, no se extienden a otros órganos ni derivan en tumores malignos. Tan sólo en una mínima parte, en torno al 1% de los casos, pueden suponer un riesgo vital, como consecuencia de complicaciones secundarias según su localización.
Las causas por las que se produce el angioma infantil son desconocidas aunque algunos estudios encuentran datos que justifican una transmisión genética. Sí se sabe que son más frecuentes en los bebés prematuros o en niños con bajo peso al nacer y que son tres veces más frecuentes en niñas que en niños. En general, se estima que su incidencia es de en torno al 10% en los niños menores de un año.
Las primeras señales de su aparición suelen darse a los pocos días de nacer. Al principio se presentan como unas manchas de color rojo en la piel y rápidamente evolucionan haciéndose más intensas e hinchándose. Esta clínica característica facilita el diagnóstico y no suelen ser necesarios análisis ni pruebas de imagen, a no ser que se necesite hacer un diagnóstico diferencial. Esto sería, por ejemplo, para descartar una malformación vascular, que se manifestaría en el momento del nacimiento y tendría en este caso un crecimiento acorde al crecimiento del propio niño y que no desaparecería con el tiempo, como sucede con los angiomas o hemangiomas.
Fases del angioma infantil: la proliferativa y la involutiva
Durante la fase proliferativa el angioma aumenta de tamaño y de volumen. Aproximadamente hasta los nueve meses se da esta rápida evolución y es el momento en el que pueden aparecer las complicaciones. Finalizada esta etapa, el angioma se estabiliza.
En la fase involutiva el angioma infantil va desapareciendo paulatinamente y de forma espontánea. Es un proceso muy lento, que puede prolongarse hasta los diez años. Algunos estudios establecen que en el 30% de los casos desaparecerán a los tres años, en el 50% a los cinco, en el 70% a los siete y en el 90% a los nueve años. Un angioma puede desaparecer por completo de forma espontánea, pero puede también darse el caso de que la desaparición de la mancha de la piel sea incompleta.
En general, podemos distinguir en función de su lugar de aparición entre angiomas superficiales o profundos. Los superficiales son los más habituales. En el segundo caso se manifiestan como protuberancias bajo la piel, que pueden dificultar el diagnóstico.
Ante la aparición de cualquiera de sus señales, es importante consultar de forma rápida con el pediatra. Además, el dermatólogo será el especialista de referencia para tratar los angiomas, establecer el diagnóstico, descartar posibles complicaciones secundarias y marcar el tratamiento a seguir.
Tratamiento del angioma infantil
Debido a que la tendencia natural del angioma infantil es la involución, es decir, tiende a desaparecer por sí mismo, si no hay riesgo de daños a otras estructuras corporales o no son lesiones excesivamente desfigurantes, los profesionales suelen tomar una actitud pasiva, expectante y vigilante. En el caso de que se decida establecer un tratamiento, el de elección clásico son los glucocorticoides. Se administran en dosis altas durante varias semanas y algunos de los efectos secundarios que pueden producirse son alteraciones gastrointestinales o del sueño.
En el año 2008, de forma casual se descubrió un efecto positivo del propanolol, un fármaco inicialmente indicado para tratar la hipertensión. En los últimos años han sido numerosos los estudios dedicados a probar su efectividad y actualmente es también un tratamiento de referencia.
Existen otras intervenciones como la cirugía láser, pero en cualquier caso