Todos, en mayor o en menor medida, podemos sentirnos puntualmente desbordados, incapaces de asumir las tareas, deberes u obligaciones o enfadados cuando algo no nos sale como esperábamos. Sin embargo, se espera de nosotros como adultos que seamos capaces de controlar estas emociones negativas y de replantearnos una nueva manera de actuar para conseguir nuestros objetivos con una actitud positiva.
En el caso de los niños pequeños, somos nosotros como adultos los que tenemos que acompañarles en estas situaciones y guiarles en su frustración. Sin duda, no podremos hacerlo si nosotros mismos no sabemos gestionar estas emociones, de ahí la importancia de trabajar nuestra propia inteligencia emocional.
Qué es la frustración
La frustración es la emoción que sentimos cuando algo no sale como queremos o cuando no podemos alcanzar un objetivo deseado o una necesidad a cubrir. Si se trata de una emoción, por tanto, es normal y esperable que la sintamos en algún momento de nuestra vida. Lo que no debemos dejar es que esta emoción, que es además de carácter negativo, nos domine.
Se habla por eso de la tolerancia a la frustración, es decir, ser capaz de afrontar los problemas con los que nos encontramos y adoptar una actitud positiva para superarlos.
La frustración en los niños más pequeños
Es común que nos niños se sientan a menudo frustrados, en mayor medida que los adultos. Al fin y al cabo, si nos ponemos en su lugar, hay un montón de pequeños problemas con los que diariamente se pueden encontrar : el entorno no suele estar adaptado a su tamaño ni a sus habilidades motoras cuando estas están aún en las primeras fases desarrollo, por lo que pueden tener más problemas a la hora de alcanzar o conseguir por sí mismo lo que quieren; su natural curiosidad les hace estar pendientes de un montón de estímulos que quizá no siempre puedan o deban alcanzar...
Los niños pequeños se enfrentan diariamente a multitud de retos que a medida nosotros no valoramos como tal. Además, en algunas circunstancias, la frustración puede aparecer de manera aún más intensa, por ejemplo en retrasos o trastornos del lenguaje, cuando no pueden expresarse o hacerse entender como ellos querrían.
La manera más habitual que tienen los más pequeños de expresar su frustración es a través de las rabietas. Son los adultos quienes deben ayudarles a gestionar esta emoción.
Cómo trabajar la tolerancia a la frustración en los niños.
En primer lugar, es importante hacer algo que a menudo se nos olvida: ponernos en su lugar. De esta manera podremos entender el origen de sus emociones, en este caso en concreto, de su frustración. Sin embargo, esto debe ayudarnos a entenderles mejor de cara a ayudarles pero no por ello a ceder siempre a sus deseos ni a ciertas conductas.
Por otra parte, nosotros mismos tenemos que actuar como modelos y ejemplo a seguir. Si no somos capaces de tolerar nuestra propia frustración estaremos dando al niño un tipo de aprendizaje equivocado. Por eso, debemos de transmitirle nuestra actitud positiva de cara a superar los problemas.
Es importante transmitirles también el valor del esfuerzo. Lo más importante no son tanto las consecuencias, como el hecho de habernos esforzado. Esta idea puede aplicarse a muchos ámbitos diferentes: el académico a través de los exámenes, el deporte a través de las competiciones... Transmitirles un nivel de exigencia excesivo o demasiada competitividad puede hacerles más vulnerables a la frustración. Tampoco es recomendable comparar al niño con otras personas, ya sean amigos o hermanos, si no valorarlos a ellos en sí mismos.
Otros aspectos a tener en cuenta
Como decíamos, aunque no se recomienda un estilo autoritario, tampoco debemos adoptar un estilo educativo permisivo. Es decir, los niños tienen que tener claros unos límites básicos de conducta en el seno de la familia. Pensemos que, a edad temprana ya se verán envueltos en otros ambientes como el contexto escolar en los que se encontrarán con una serie de normas claras. Si no han tenido ninguna experiencia previa con el seguimiento de normas, se verán inmersos en situaciones altamente frustrantes que seguramente no sabrán gestionar. Por eso es importante transmitirles desde el principio una serie de valores y normas y no ceder ante chantajes o rabietas.
En algunos casos, la frustración vendrá dada porque el niño tiene una necesidad que desea cubrir. En algunos casos podemos estar hablando de necesidades básicas, como tener hambre o sed. Estas necesidades, evidentemente, serán cubiertas cuanto antes por parte de sus padres o cuidadores. Pero, en cualquier caso, es importante que los niños aprendan a esperar. La necesidad de que todo suceda cuanto antes es típica en los niños más pequeños, por eso poco a poco debemos enseñarles a aprender a esperar las gratificaciones o las necesidades.
Pensemos que si los niños más pequeños no aprenden de manera temprana que los acontecimientos no siempre suceden como uno quieren, que no siempre las cosas nos salen bien, que a veces la respuesta puede ser un "no" o que a menudo hay que esperar, cuando se encuentren con estas situaciones siendo más mayores, sus reacciones serán mucho peores y mucho más difíciles de modificar.
Es normal que el niño pequeño se sienta el centro del universo. Tanto, que incluso a nivel de psicología desarrollo se habla de una etapa egocéntrica por la que todos los niños pasan. Pero, poco a poco, deben ir entendiendo que el mundo no gira en realidad en torno a ellos, que hay otras personas y que se tendrán que poner a menudo en el lugar de los demás, desarrollando la empatía y las habilidades sociales necesarias para vivir en armonía en sociedad.
La mayoría de expertos coinciden en que hoy en día hay muy poca tolerancia a la frustración, incluso entre los adultos. Esto es un problema serio al que deberíamos darle la importancia que merece ya que, una buena educación emocional es la base para el bienestar de cualquier persona.