Si eres padre o madre, es posible que alguna vez hayas visto tu estrés reflejado en los ojos de tu hijo o de tu hija, o tal vez lo hayas visto reflejado en su comportamiento. Si por el contrario no tienes hijos, puedes recordar tu infancia y cómo te afectaba la felicidad o la tristeza de tus padres. Los niños son esponjas después de todo, y eso es algo que sabe todo el mundo, por tanto las emociones que perciben de su entorno las pueden interiorizar con gran facilidad.
Existen pequeños indicios que indican que el nivel de ansiedad de los padres puede afectar profundamente al niño, más allá de su propia disposición de captar las emociones de su entorno. Esta influencia del estrés o la ansiedad de los padres puede desembocar en trastornos del estado de ánimo, adicciones e incluso en trastornos como el TDAH y el autismo.
La química del útero materno
Hay investigaciones que han relacionado el estrés de una mujer embarazada, el conocido como estrés prenatal, con varios problemas de desarrollo en los niños, como la ansiedad y el TDAH. Algunos estudios también han encontrado conexiones entre el estrés prenatal y el riesgo de trastorno del espectro autista o TEA. Es cierto que en los trastornos del desarrollo y neurológicos los factores más importantes son los genéticos, pero es posible que factores ambientales, como el del útero en este caso, puedan ser un factor que contribuya a los futuros problemas de estrés infantil.
Parece ser que los niveles maternos de la hormona del estrés cortisol hace que el cerebro del feto se desarrolle de manera diferente, ya que instintivamente trata de adaptarse a las "amenazas" aparentes e inminentes, lo que se conoce como respuesta adaptativa predictiva. En otras palabras, al obtener las señales de estrés de las hormonas de la madre, el feto se prepara para un "peligro" que debe esperar. Pero si el cerebro en desarrollo de un niño aumenta demasiado la respuesta al estrés, puede implicar un mayor riesgo de trastornos como el TDAH y el TEA.
Los tipos de estrés que experimentamos ahora son muy diferentes a los que se han experimentado durante la historia de la humanidad. Ahora estamos viendo tipos de estrés maternal totalmente diferentes y nuevos. Hoy en día, el estrés es más probable que sea crónico por lo que las madres dan a luz a niños demasiado preparados para el estrés y sus cerebros están siempre explorando el horizonte en busca de amenazas, metafóricamente hablando, creando un problema social de estrés infantil. Esto podría ser un mecanismo que explique el aumento de trastornos del desarrollo y del humor en los últimos años.
Niveles de estrés después del nacimiento
Los cambios cerebrales que el estrés infantil puede causar no solo hormonales, también pueden ser genéticos o epigenéticos. La epigenética estudia por qué los genes pueden activarse o desactivarse con ciertas señales ambientales, siendo el estrés una de estas señales. Un estudio de este tipo reveló que la ansiedad de los padres durante los primeros años de vida de sus hijos, provocó que algunos de los genes de los niños, los involucrados en la producción de insulina y en el desarrollo del cerebro, se vieran afectados años después, en la adolescencia.
Por tanto, el embarazo no es el único momento en que la ansiedad de los padres puede afectar al desarrollo de sus hijos, esta relación continúa durante toda la infancia.
A mediados del siglo XX se realizaron varios experimentos con diferentes animales como las ratas. Estudiaron a ratas con bajos niveles de estrés que pasaron mucho tiempo lamiendo y preparando a sus crías, que crecieron como ratas tranquilas y más exploradoras que aquellas que fueron criadas por madres más estresadas que les dedicaron menos tiempo durante su infancia. Lo más sorprendente de estos estudios con las ratas fue que pusieron a crías con madres estresadas al nacer y después las cambiaron a madres más relajadas, estas crías cuando llegaron a edad adulta adoptaron la actitud de su "segunda madre".
Las madres de alambre
Alrededor de esta época de experimentos con animales, a mediados del siglo pasado, se realizó un estudio con monos bebé. Estos bebés se dividieron en dos grupos y fueron criados por madres sustitutas. Estas segundas madres eran en realidad de dos maniquíes que consistían en una figura similar a un mono adulto realizada con alambre, una de ellas cubierta por una toalla de rizo, y la otra con el alambre al descubierto. Los bebés, cuando tenían la opción, elegían a la madre de la toalla, incluso cuando la de alambre desnudo era la única que proporcionaba leche.
Pero cuando no existía la opción de elegir, la diferencia en el desarrollo de los bebés mono era muy grande. Cuando los criados por el maniquí de la toalla eran sobresaltados por estímulos externos, estos corrieron hacia sus "madres", mientras que los que fueron criados por las madres de alambre desnudo, no buscaron consuelo en su figura materna, sino que se acurrucaron en el suelo o se sentaron meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Era como si nunca hubieran tenido una madre, lo que lamentablemente era verdad.
Estos hallazgos sirvieron más, en realidad, para cuestionarse sobre la naturaleza del amor que para ver el comportamiento de los hijos ante "madres" con comportamientos extremos.
¿Qué conclusiones hay que sacar sobre todo esto?
Todos estos estudios sugieren que lo más importante que se puede transmitir a los hijos no es el amor eterno y siempre presente de sus padres, sino que en realidad la sensación de calma y la ausencia de estrés es mucho más poderosa que cualquier declaración de amor incondicional. Esta sensación de paz y seguridad es lo que finalmente ayudará a sus cerebros a crecer con normalidad, sin tener que adaptarse a una vaga sensación de peligro inminente a medida que se desarrollan, que puede ser real o no. En un ambiente de tranquilidad, el estrés infantil se disipa ya que las emociones de los más pequeños se estabilizan.
La creación de un entorno libre de estrés, o con un nivel de estrés bajo, debe comenzar con los padres y su relación entre ellos, y con su entorno de amigos y familiares. Mucha gente confunde esto y gasta su energía erróneamente en adoptar una posición de "helicópteros" hacia sus hijos, llevando al extremo el concepto de paternidad, e incrementando la ansiedad de los padres sin una razón de peso. Esto no solo conduce a estrés a los propios padres e incluso a la depresión, sino que perjudica también a los niños al eliminar lo que más necesitan: la libertad de ser niños y de desarrollarse como ellos quieran, con sus propias experiencias y emociones.