Cuando nuestros hijos son pequeños, la relación que los padres tenemos con ellos es mucho más dependiente y asimétrica, ya que como padres utilizamos nuestra autoridad y poder para imponer nuestras costumbre y modelos educativos. Al mismo tiempo nuestros hijos (de pequeños) reconocen y asumen esta autoridad y van ajustando su conducta y su comportamiento a lo que nosotros, como padres, consideramos correcto, castigando conductas que pensamos que son impropias o negativas.
Al llegar la adolescencia, la relación padres - hijos debe transformarse, pasando de la autoridad unilateral de la infancia a ciertos procesos de negociación que sean más democráticos y participativos.
Esta transformación se irá dando paulatinamente a medida que el niño va creciendo y convirtiéndose en un adolescente, construyéndose una relación padres - hijos más participativa y democrática, en la que el poder de antaño va a ir desapareciendo.
Una transformación paulatina
Los hijos adolescentes también en esta etapa cuestionan continuamente la autoridad y el poder de sus progenitores, buscando su propia decisión y un cierto nivel de autonomía. Es normal a esta edad y sería un error inhibirles en este tipo de actitudes, pues así desarrollan su personalidad de cara al futuro: con la negociación. El estilo educativo autoritario, típico de mediados del Siglo XX, ha ido quedándose relegado poco a poco. Se ha demostrado que es el estilo educativo democrático el que mejor conduce a tener buenas relaciones paterno filiares en una familia cohesionada.
El conflicto no es malo del todo. Es parte de la vida
En busca de la autonomía personal
El adolescente en esta etapa de su vida busca su propia autonomía, quiere descubrir cuál es su lugar en el mundo, tanto a nivel cognitivo como emocional. Ya no le sirve lo que sus mayores le dijeron de pequeño y él creyó a pies juntillas. Llegó el momento de comprobar por sí mismo que todo aquello era cierto (¡o no!). Además está empezando a conformar interiormente una imagen de sí mismo y cuál es su relación con los demás, ahora que es consciente de su propia vida. Pero la labor de los padres en este proceso sigue siendo igual de importante que cuando era niño. El proceso de madurez acaba de empezar, y aunque el adolescente no lo diga o no sepa expresarlo, necesitará constantemente aprobación y conformidad de lo que hace y dice, así como unos límites.
El diálogo padres - hijos ha de cambiar en esta fase de adolescencia, basándose en términos positivos y de apoyo, adaptándose a las nuevas necesidades del hijo adolescente.
Conflictos familiares
Los conflictos también están en el día a día de la relación con un adolescente. Puede surgir porque el hijo "ve amenazada" su libertad recién adquirida, y porque unos padres "ven peligrar" la unión y cohesión de la familia. Es decir, se trata de conflictos derivados de una diferencia de percepción de la realidad, de interpretaciones distintas ante un mismo hecho. Por ejemplo, el hijo considera que su forma de vestir ya no depende de lo que su madre elija por la mañana al levantarse, y su madre ve peligrar su posición de "mamá polluelo", protectora de la familia. Cuando los padres intentan controlar las facetas más privadas de la vida del adolescente, es fácil que surja el conflicto.
Aunque el conflicto no es malo del todo. Es parte de la vida. Lo que sí está mal es no resolverlos adecuadamente. Hay que ver el conflicto como una oportunidad que ayude a mejorar las relaciones entre padres e hijos, pues pone en tela de juicio unas normas familiares que ya caducaron y que deben dejar paso a otras nuevas, pues el cambio ya llegó. La etapa infantil finalizó y comenzó la adolescencia.