Al llegar el frío, lo más normal es comenzar a pensar en cómo debemos abrigar al bebé para que este esté lo más protegido posible de la intemperie. Los bebés, al ser tan pequeños, tienen un sistema inmunológico que todavía no está del todo formado, y sufren con mayor fuerza los cambios de temperatura, con lo cual es lógico pretender que estén lo más protegidos posible. No obstante, hay que tener mucho cuidado, porque a veces la protección podría significar un peligro, sobre todo si hablamos de abrigarle con una manta polar.
Sí, la manta polar, eso que nosotros usamos día sí y día también para protegernos del frío, podría acabar siendo muy peligroso para nuestro hijo. Los expertos ya han avisado de que usar este tipo de mantas podría traer consecuencias negativas, y podría acabar dañando gravemente la salud de nuestro bebé. Porque ellos no tienen la autonomía suficiente como para destaparse cuando el calor ya está siendo demasiado fuerte.
Esto comienza a tener sentido si indagamos un poco más, y buscamos cuál es el origen de las mantas polares. Este tipo de mantas se hacen con bolsas de plástico recicladas; el plástico, como material, no transpira absolutamente nada. Es decir, que al taparnos con una manta de este tipo, estamos casi tapándonos con una bolsa de plástico; la diferencia es que la manta es mucho más agradable al tacto, aunque la sensación térmica que produce es la misma. Sí, esto puede resultar muy placentero, pero para nosotros que somos capaces de destaparnos; los bebés no pueden. Y si en un momento dado comienzan a sobrecalentarse, podríamos no darnos cuenta.
Son más peligrosas de lo que pudiéramos creer
Un grupo de matronas de Nueva Zelanda ha comenzado a advertir del peligro de usar una manta polar para abrigar al bebé, para protegerlo del frío. Al parecer, el problema fundamental es que, al estar hechas de fibras de plástico, en el momento en el que el niño comienza a sudar, la manta no permite que su piel transpire. El sudor no conseguiría evaporarse de ninguna forma, quedando atrapado debajo de la manta polar. En ese momento comienza el peligro, puesto que al comenzar a sudar y no tener forma alguna de evaporarse, el cuerpo comenzaría a enfriarse rápidamente. Dependiendo del caso, esto podría incluso acabar con la muerte repentina del pequeño.
El frío tiene consecuencias muy negativas en los bebés, porque puede hacer que sus cuerpos dejen de funcionar correctamente. Y aunque creamos que protegerlos a toda costa de las bajas temperaturas es la mejor idea, lo cierto es que podría acabar resultando peor el remedio que la enfermedad; al protegerlos en exceso, provocaríamos que el cuerpo comenzara a sudar y este se enfriaría de una forma muy peligrosa. De esta forma, no solo no estaríamos protegiéndolos, sino que estaríamos poniéndolos en una situación aún peor.
Por si esto no fuera suficiente, no debemos olvidar que las mantas polares también pueden acabar provocando enfermedades respiratorias en los bebés. Y es que retienen la humedad del aire en su tejido, y acaban haciendo que los niños estén en contacto con esa humedad más tiempo del que deberían.
¿Cuál sería la solución, entonces? Abrigar a los pequeños con otro tipo de tejido, como algodón o lana (siempre que esta no esté en contacto directo con su piel). Hay que tener en cuenta, además, que ellos no sienten las temperaturas como nosotros y que, en muchas ocasiones, se mueven mucho más y acaban entrando en calor mucho antes que nosotros. Si el niño tiene menos de un mes, sí que es importante que lleven bastantes capas, porque no son capaces de regular su temperatura.